no me acabé el coco
Llegué después del sopor de las cuatro de la tarde, donde descubrí una casual vocación: el que los niños me vean con agrado. Pero es muy pronto para pensar en eso.
No se como di a tu casa, aquel comentario de un jardín de niños me hizo llegar hacia tu puerta.
Saliste de una manera muy extraña, una belleza gélida que calienta al mismo tiempo. La sonrisa. El párpado. Un converse. Todo tenía una rica combinación de escrutada alienación.
Caminar no fue buena idea. Aquel pueblo nunca fue de mi agrado. ¿De risa loca no? Una lonchería que nunca nadie preguntará, en una calle que no le interesa a nadie. Una lluvia que es idéntica a las que hay cada trescientos sesenta y cinco días. De toda esta pequeñez me sentí realmente grande, me perdí un instante en el cual sentí la mayor y mejor calma sentida, una protección que ni siquiera se semeja a la del calor uterino ("¿quiéres ser mi mamá?"). Unos ojos infinitos. días...
Los ojos son la puerta al alma, quisiera una llave maestra, tu tienes demasiadas puertas, como una gran casa.
Ahora estoy felíz, con mi agri-dulce y esa sensación recíproca de ser admirado un instante.
¿sabes qué es lo malo? No recuerdo todo el viaje ni todo lo que pasó después en ese día.
No sabía que producías lagunas mentales.
-Me gustaría aprender francés-
-je ne se pa!-